viernes, 10 de junio de 2011

Napoleón&Caballero, por Mario Vargas Llosa

La exposición tiene lugar en un prestigioso centro cultural y librería de Barcelona llamado Mutt, se titula “Abstracción en el establo” y consta de nueve cuadros no figurativos de gran formato. El artista, Napoleón, exhibe por primera vez para el gran público.

Tiene apenas cuatro años y es, según Jacinto Antón, corresponsal de El País en la ciudad condal, “un frisón holandés de pura raza y color negro”, de apuesta estampa y mirada simpática a juzgar por la fotografía. Pinta sus lienzos cogiendo –mejor debería decir mordiendo– el pincel con los dientes y desde sus primeros pininos en el campo del arte mostró un decidido rechazo por toda forma de realismo y una resuelta deriva hacia la abstracción. Su descubridor, socio, empresario, colega y ayudante, el pintor y animador cultural Sergio Caballero, dice que, al descubrir los primeros trabajos de Napoleón, en alguna caballeriza me imagino, advirtió que el joven aprendiz “hacía expresionismo abstracto tipo De Kooning” y decidió alentar su vocación y promoverlo.

Formaron una sociedad y, en efecto, los nueve cuadros llevan la siguiente firma indisoluble: “Napoleón & Caballero”. Trabajan de este modo. Sergio prepara los bastidores y los lienzos y los fondos de los cuadros que, en estos nueve que se exhiben, son fotografías suyas de la ciudad portuguesa de Oporto entreveradas con los retratos de unos monitos titís vestidos como niños y tomados por un artista callejero de San Petersburgo. Este panorama, imagino yo, estimula la inspiración de Napoleón, que procede entonces a imponer sobre aquellas imágenes su alegre floración multicolor de abigarradas formas lanceoladas, piramidales, movedizas o estáticas, agresivas o lánguidas, probablemente dando de tanto en tanto un relincho para que Sergio le cambie el pincel y los colores, o para expresar su contento o frustración con la tarea en marcha.

De los nueve cuadros, cuando Jacinto Antón visitó la muestra, ya se habían vendido dos, a 3,600 euros uno de ellos y el otro a 6,000. No es mucho pero, teniendo en cuenta que el expositor es todavía un absoluto desconocido, no está tan mal. Caballero le aseguró que esta ganancia se reparte equitativamente entre él y Napoleón, aunque, lógicamente, este último, en vez de recibir lo que le corresponde en billetes contantes y sonantes, lo recibe en alfalfa y otros condimentos afines a su naturaleza equina.

Sergio Caballero explicó al periodista que Napoleón no es el primer pintor animal. Hace algunos años hubo un antecedente interesante, con dos elefantes, entrenados por los célebres rusos Komar y Melamid, que hicieron su primera y única presentación como artistas en una memorable ceremonia pública en la que se subastó nada menos que el alma de Andy Warhol (¿y de quién iba a ser si no?). Pero, por lo visto, los dos proboscidios eran unas veletas y no continuaron en el camino del arte plástico. Napoleón, sin duda, persistirá.

Ante el estreno de este artista equino en el mundo del arte se puede proceder como lo hace el autor de la nota de la que tomo esta información: con gentil ironía y simpática condescendencia por un hecho curioso, divertido y totalmente efímero. Pero, a mi juicio, sería preferible tomar muy en serio lo ocurrido en la galería Mutt, y no descartar que la llegada de Napoleón al ámbito artístico sea el anuncio de una verdadera invasión de artistas-animales a las galerías del mundo occidental donde competirán, acaso con éxito, con los artistas-humanos. ¿No han dado acaso, estos últimos, en las dos o tres décadas pasadas, todos los pasos necesarios para hacer sitio en las paredes de las galerías donde exhiben sus obras, a las que podrían engendrar los grandes simios, las jirafas, las cacatúas y demás especies del reino animal?

Por otra parte, ¿no es acaso un hecho comprobado que los grandes teóricos y filósofos de la cultura y del arte de nuestros días han hecho todo lo necesario para que acabemos de una vez por todas con la arrogante y estúpida jactancia según la cual el bípedo humano debe usurpar el exclusivo monopolio de la creación en los dominios del arte? No tengo la menor duda de que si me pongo a correr un manifiesto a favor del derecho de Napoleón de participar en concursos plásticos de prestigio internacional o de exhibir en los grandes museos obtendría miles de firmas. Y no sólo de militantes animalistas sino de buen número de intelectuales y artistas –progresistas y reaccionarios–, aterrados de ser acusados de racismo antropocéntrico.

El arte de nuestro tiempo se ha ido liberando de todas las limitaciones y prejuicios que impedían el ejercicio de aquella irrestricta libertad que el artista necesita para poner en acción su potencia creativa. Ya no hay nada que lo frene u oriente a la hora de coger los pinceles, el cincel o la espátula, empezando, por supuesto, por esa confusa y anacrónica persecución de la belleza que martirizaba a los antiguos. Eso queda para los tradicionalistas ciegos y sordos a la formidable realidad que ha sacado a luz la cultura de nuestro tiempo: que lo feo y lo bello son categorías obsoletas, de entraña religiosa, o, más bien, supersticiosa, de las que conviene sacudirse a tiempo si se quiere ser libre y original. No saber ya qué cosa es bella y cuál fea introduce cierta confusión en la vida de algunas gentes, es verdad, pero eso es momentáneo y la confusión cesa cuando se opta por la estética contenida en el viejo dicho “sobre gustos y colores no han escrito los autores”. Lo que quiere decir que para que una cosa sea fea o bella basta que tú lo decidas, o, si te sientes incapaz de tomar semejante decisión, les creas a los que sí las toman. Créele a don Sergio Caballero que los cuadros de Napoleón están en la línea de los que pintó el profuso De Kooning y el problema está resuelto.

El arte de nuestros días ha demostrado que todo puede ser bello o feo, e incluso ambas cosas a la vez, y que eso no importa un comino en el dominio del arte, a condición de que este sea divertido, sorprendente, y, aunque sea por un momento, libere a los mortales del aburrimiento letal en que se ha convertido la vida. ¿Que por este camino se corre el riesgo de que los museos y las galerías se vayan confundiendo con los circos? ¡Y a quién le importa! Siempre y cuando el circo sea entretenido, todo vale. En este contexto, por qué los cuadros que fabrica un cuadrúpedo frisón serían menos dignos de figurar en la colección de un exquisito que los de Damien Hirst. ¿Qué los diferencia? Salvo el precio astronómico de las obras de este último, nada. Los de ambos son feos o bonitos o anodinos, según tú mismo lo decidas. El mercado ha resuelto por el momento que los del inglés bípedo valen más, pero eso puede cambiar de la mañana a la noche si un crítico de prestigio, un buen publicista y un millonario audaz se apandillan para apostar por el cuadrúpedo. (El artículo que le ha dedicado El País ya es un comienzo notable para un artista que empieza).

Haber conseguido que desaparezca la diferencia entre precio y valor, y que las obras de arte sean juzgadas únicamente por lo primero, que automáticamente les confiere lo segundo, una de las más terribles hazañas del posmodernismo contemporáneo, hace posible que Napoleón no sólo pinte sino que asimismo exhiba sus pinturas y haya coleccionistas que las adquieran y las cuelguen en su casa, y puedan especular con ellas y embolsillarse buenas ganancias.

No es imposible alegar que, dado el hecho de que ya no es posible decidir en términos puramente estéticos la superioridad o inferioridad de una obra respecto a otras pues ahora esa clasificación la decide el mercado, en cierto modo las pinturas que produce entre bufidos y caracoleos el joven Napoleón nacen de una actitud mucho más inocente, pura e ingenua que las que resultan de la intencionalidad consciente que suele caracterizar las que alumbran los talleres de los humanos. ¿Sabe Napoleón lo que hace cuando Sergio Caballero le abre el hocico y le coloca un pincel entre los dientes? No lo sabe, sólo obedece a un oscuro instinto, algo que de manera evidente lo acerca a ese arte espontáneo, inconsciente, que, por ejemplo, los surrealistas celebraban en las pinturas de los alienados. Ya que no es posible saber si lo que pinta es bueno o malo, atractivo o repelente, nadie podrá negar que sus cuadros al menos son más puros y desinteresados que los de la inmensa mayoría de sus colegas, que sueñan con hacerse ricos y famosos. ¡Bienvenido, pues, Napoleón, al panteón del arte del tercer milenio!

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2010 © Mario Vargas Llosa, 2011

lunes, 23 de mayo de 2011

Napoleon&Caballero "Abstraction in the stable"

“Paintpainting”

Sergio Caballero is back. And he returns with an enthusiastic reunion with the pleasures of “paint-painting,” with its techniques, its media and its rhetoric as an exceptional means of artistic expression.

This return to the art world is very significant as although Caballero has constantly extended the scope of his visual creativity – with the corporate image of the Sónar festival, advertising, music for ballet and film, and with his film Finisterrae - it has been almost twenty years since he restricted himself to the classic exhibition format. His last exhibition took place in 1992, when he presented the now legendary "The noise of mankind is intolerable and and I am deprived of sleep because of its uproar. Sergio Caballero, famous throughout the entire world” exhibition in the Montcada hall of the La Caixa Foundation.

Sergio Caballero has always been an artist who uses his visual discourse to critically and aesthetically increase awareness of the present. And he does so cleverly, with an incorruptible daring and an obvious desire for renewal. His art is mixed and multifaceted, is nourished by a mixture of formats and contexts, and plays with sampling as a type of juxtaposition and association of pre-existing realities. This versatility is the trademark of both these productions and his attitude to life. That is why he does not hesitate to advertise his wine company in a video in which he and a partner appear buried up to the waist in the soil, with their head and arms exposed, like stumps that his dog is not sure how to deal with.

Animals are an essential part of Sergio Caballero's imagination and key features in his artistic vocabulary, whether they are painted, stuffed as sculptures, photographed or filmed. Dogs on wheels, pigs who are turned into make into viewers of mystic performances with the passing of the years, and now dressed-up monkeys and a horse called Napoleon who enjoys painting.

The works presented in this exhibition, “Abstraction in the stable,” are the result of an unusual artistic interaction, between the person and the animal, creating together. They are part of an incipient tradition in art history, which includes the snails of Brazil's Rivane Neuenschwander, which create imaginary maps by eating the tissue paper that makes up the medium, or the school of painting elephants in Thailand, trained by the Russian artists Komar and Melamid. Napoleon and Caballero have also shared the excitement of an experiment together, the magic of an experience undergone in synchronicity.

Sergio brings the idea, the basic medium and the materials – brushes, colours…. Napoleon is responsible for the automatic writing, the visceral strokes. The canvas that Caballero gives him has previously been printed with photos of the city of Porto by night taken from a hotel. On these, Caballero has added the photos of the dressed up monkeys that delight tourists on the streets of St. Petersburg. This area, coded iconically, will be modified and magnified by Napoleon's brushstrokes, which will be added as Caballero organises the ceremony to give the frame a few turns. The result is striking works, including a diptych in which the spectacular symmetry of the images stabds in contrast to the random shiny rhythms of the brushstrokes.

The entire project is the result of an ironic “détournement,” which gives new meanings to the chosen field of reference: that of paint-painting and specifically, the exaggerated individualism of American abstract expressionism. Here the canvas is not the virgin medium in which dripping or violent strokes are expanded as an ejaculation of the unconscious, and the rush is not a direct extension of the artist's tormented ego. But the formal result is practically comparable, especially in the more abstract canvases.

Caballero shows how the humanisation of the animal – by means of clothing, or art - runs parallel to the future - an animal that prefigured Deleuze and Guattari for human beings. And in witness of this energetic ritual of exchange, he brings us paintings that are a delight to the eye and to the intelligence.


Rosa Martínez

Barcelona, May 2011

lunes, 9 de mayo de 2011

"pinturapintura"

Sergio Caballero vuelve. Y lo hace a través de un reencuentro entusiasta con los placeres de la “pintura-pintura”, con sus técnicas, sus soportes y su retórica como medio privilegiado de expresión artística.

Este retorno al mundo del arte tiene una alta significación pues aunque Caballero no ha dejado de extender el campo de su creatividad visual –ya sea a la imagen corporativa del festival Sónar, a la publicidad, música para ballets o al cine, con su película Finisterrae…-, hace casi veinte años que no se ceñía al formato clásico de la exposición. Su última muestra tuvo lugar en 1992, cuando presentó la ya mítica “El clamor de la humanidad me oprime y por su tumulto me veo privado del sueño. Sergio Caballero, famoso en el mundo entero“ en la sala Montcada de la Fundación La Caixa.

Sergio Caballero ha sido siempre un artista que, a través de su discurso visual, ha ampliado crítica y estéticamente la conciencia del presente. Y lo ha hecho con sagacidad, con insobornable atrevimiento y con clara voluntad de renovación. Su arte es mixto y múltiple, se nutre de la mezcla de formatos y de contextos, y juega con el sampling como forma de yuxtaposición y asociación de realidades preexistentes. Esta versatilidad es la marca de fábrica tanto de sus producciones como de su posición vital. Por eso no duda en anunciar su firma de vinos mediante un video en el que él y su socio aparecen medio enterrados en la tierra, con la cabeza y los brazos al aire, cual cepas a las que su propio perro duda cómo tratar.

Los animales son parte esencial del imaginario de Sergio Caballero y elementos imprescindibles de su vocabulario artístico, ya sea pintados, disecados como esculturas, fotografiados o filmados. Perros con ruedas, cerdos cuyos anos se convierten en visores de performances místicas, y ahora monos vestidos y un caballo llamado Napoleón que disfruta con el ejercicio de la pintura.

Las obras que se presentan en esta exposición, “Abstracción en el establo”, son el fruto de una interaccción artística inusual, la de la persona y el animal creando juntos. Se inscriben en una incipiente tradición en la historia del arte, en la que se pueden incluir los caracoles de la brasileña Rivane Neuenschwander, que crean mapas imaginarios al comerse el papel de seda que configura el soporte, o la escuela de elefantes pintores de Tailandia, entrenados por los artistas rusos Komar y Melamid. Napoleón y Caballero han compartido también la excitación de un experimento conjunto, la magia de una experiencia sincrónicamente vivida.

Sergio aporta la idea, el soporte de base y los materiales –pinceles, colores…. Napoleón, la escritura automática, el trazo visceral. La tela que Caballero le ofrece ha sido previamente impresa con fotos nocturnas de la ciudad de Oporto tomadas desde un hotel. Sobre ellas, Caballero ha insertado las fotos de los monos vestidos que regocijan a los turistas en las calles de San Petersburgo. Esta superficie, icónicamente codificada, será modificada y magnificada por las pinceladas de Napoleón, que irán fijándose a medida que Caballero organice la ceremonia de darle algunos giros al bastidor. El resultado son obras impactantes, incluido un díptico donde la simetría especular de las imágenes contrasta con los ritmos aleatorios y brillantes de las pinceladas.

Todo el proyecto es el resultado de un irónico “détournement”, que confiere nuevos sentidos al campo de referencia escogido: el de la pintura-pintura y, en concreto, el del individualismo exacerbado del expresionismo abstracto estadounidense. Aquí la tela no es el soporte virgen donde el dripping o el trazo violento se expanden como una eyaculación del inconsciente, ni el pincel es la extensión directa del ego atormentado del artista. Pero el resultado formal es prácticamente equiparable, sobre todo en las telas más abstractas.

Caballero muestra cómo la humanización del animal –por el vestido, por el arte- corre pareja al devenir-animal que prefiguraron Deleuze y Guattari para los seres humanos. Y como testimonio de este energético ritual de intercambio nos ofrece unas pinturas que son un regocijo para la mirada y para la inteligencia.

Rosa Martínez
Barcelona, mayo 2011

Napoleón&Caballero